Neelie Kroes, Vicepresidenta de la Comisión Europea y responsable de la Agenda Digital de la UE, afirmaba el año pasado, que "los derechos digitales no existen". Y no le falta razón. Los derechos digitales siguen en su fase reivindicativa. Parcialmente definidos y respetados por pocas organizaciones, pero también difusamente compartidos y sustentados por una gran parte de la opinión pública y de la comunidad digital. Ya lo dijo el Papa Francisco: "Internet es un don de Dios". De hecho, lo que pretendía decir Kroes es que los derechos digitales no deben desligarse de los derechos fundamentales.
Estamos en un nuevo mundo. Un mundo complejo. La era digital está implosionando el viejo mundo analógico, desde su interior en todos los ámbitos. En los negocios, en las relaciones sociales, en los valores.
A pesar de las magníficas ventajas de las sociedad digital, existen serios inconvenientes. Sin embargo, estos no son los que lloran los de la vieja época, sino de hecho, son la otra cara de la moneda de las mismas ventajas. Estamos sometidos a un proceso de hipernormatividad social. Cada día nuestra vida está más sujeta a normas y regulaciones. La disciplina social llega a todos los ámbitos y racionaliza hasta el extremo la vida de las personas. Michel Foucault se dedicó a estudiar el proceso de racionalización social, que conllevó el violento y devastador proceso de industrialización, con el ascenso de la burguesía como clase dominante hasta la formación del sistema económico vigente. Lo estudió en campos como la ciencia, el derecho, la medicina, la criminología y la sexualidad. El aumento de la normatividad social se reconoce especialmente a través de la segmentación del tiempo y del espacio sociales.
Cada vez relojes más precisos cronometraron la vida social y los procesos productivos. Pensemos en un calendario agrícola en la antigüedad, basado en eventos naturales con una cadencia repetida de un año con sus estaciones y sus épocas productivas, como un eterno retorno. Se calcula que se trabajaban entre 30 a 90 días al año y comparémoslo con un calendario de la época industrial, donde la producción se mide en días repetidos, con una jornada laboral de ochos horas o doce en sus inicios y la segmentación de tareas repetidas 330 días al año o más, y un resto de horas para reponer fuerzas. Del mismo modo, ocurre con la segmentación del espacio. La arquitectura nos muestra como la burguesía ha ido cerrando espacios comunes de las familias por funciones. La alcoba conyugal era inexistente en el Medioevo fue un invento consecuencia de una de la primera burguesía inglesa que heredaba de la denostada aristocracia de mentalidad puritana. Son muchas las cosas que se han ido diferenciando, del mundo rural al industrial. También la tipificación de la infancia no productiva como antagonista de la edad adulta o la adolescencia algo más tarde. Antes los niños trabajaban, luego dejaron de hacerlo los jóvenes, a medida que las leyes los fueron protegiendo y excluyendo. Este proceso de invención de las edades, de la categorización de las edades, que no podían entrar en la máquina productiva industrial fue un proceso dramático. La segregación social se realizó en función de la productividad. Se excluyó a menores a locos y a delincuentes. Cosa que no era así en el pasado. De hecho las penas siempre habían comportado esclavitud o trabajos forzados, pero no únicamente privación de libertad. El sometimiento de las grandes masas de artesanos urbanos al trabajo industrial en Europa, fue un proceso social extremadamente duro. Muchas leyes y sistemas de control tuvieron que surgir para obligar a los trabajadores a someterse a la disciplina del trabajo diaria, inexistente el el mundo rural. La gente cuando cobraba no volvía a trabajar hasta que se le gastaba el dinero. Y bebían y se dedicaban a los vicios menos selectos. El rechazo natural y la desgana espontánea del trabajo disciplinado, el absentismo, eran el pan de cada día. Algo parecido a cuando hoy se intenta industrializar el tercer mundo. Por ejemplo, en un país africano, una ONG regaló algunos tractores y los nativos los utilizaban para hacer carreras entre ellos. Europa pasó su etapa tercermundista.
La vida fuera del trabajo empezó también a entrar en una disciplina social con los grandes medios de comunicación, con el consumismo. Las horas de reproducción de la mano de obra se fueron convirtiendo en ocio orientado al consumo. Estos procesos sociales lo que demuestran, es que el poder no sólo controla y reprime, sino que sobre todo produce. Produce nuevas divisiones y nuevas normas, que los sujetos asumirán como naturales a no ser que estén dotados de una gran conciencia critica capaz de trascender todo el orden del discurso dominante que ahoga la originalidad y la capacidad de elegir.
La sociedad digital ha aumentado la disciplina y la racionalización hasta límites insospechados y ese es el peor peligro y el mayor inconveniente. Hemos perdido grandes dosis de libertad a cambio de seguridad y de tener una vida predecible. Sometimiento inconsciente al poder a cambio de un mínimo confort: esa es la esclavitud digital. Según un estudio de prospectiva social del famoso economista Jacques Attali (Breve historia del futuro), en el futuro las empresas de seguros dominarán nuestra vida y nos obligarán a hacer cosas como no beber o no fumar o hacer dieta en función de la edad y de la salud que demuestren los análisis, como si se tratara de exámenes, para poder seguir teniendo una cobertura médica. Ya no será una recomendación, será obligatorio. Con big data será fácil predecir nuestros riesgos en todo momento y a restringir nuestro comportamiento para poder seguir disfrutando de la seguridad y el confort al que salarialmente podamos aspirar. El Big Brother de Orwell o lo que Foucault llamó Panopticon (el poder que todo lo observa) en la obra Vigilar y castigar, está omnipersente en nuestra sociedad de una manera ubicua, pero discreta, y su nombre según nos ha enseñado Snowden se llama PRISMA y es operado por la NSA.
Nuestra civilización tecnológica ha ido segmentando los espacios cada vez más especializados en actividades concretas y normativizadas y en tiempos cada vez más pequeños. Los segundos son importantes. En los deportes las milésimas son determinantes. Ahora somos capaces de integrar lo no productivo en mayor medida como los ancianos o discapacitados, porqué ya no es tan importante. Pero a otro nivel empezamos a segregar a todos aquellos que no producen valor añadido. Si antes los miembros no productivos eran excluidos del sistema social, ahora habrá más exclusión social debido a que son únicamente unas élites que aportan valor y aunque hay muchos más que producen, cada vez quedan menos ya que la automatización, robotización e informatización de los procesos productivos está creando ejércitos de desempleados y flujos migratorios. En todo caso en la mera fabricación ya no está el valor económico.
La sociedad digital, sanciona, castiga, etiqueta, parceliza, jerarquiza, vigila, controla el tiempo, las relaciones, el placer, el saber, quien puede hablar y quien no, divide lo normal de lo anormal. Produce personalidades en serie. A esta gran tendencia a la racionalización, a la creación de normas, que invaden lo social y lo personal, lo llamamos nomocentrismo, como mecanismo social que pone en el centro la normatividad social.
La solución a esta esclavitud digital no es el retorno nostálgico a la caverna o a la bucólica comunidad agrícola. Las soluciones van en tres direcciones diferentes:
- Moratorias tecnológicas
- Desactivaciones tecnológicas
- Nuevos derechos digitales
Una difícil posibilidad -pero conveniente- es la formalización de moratorias como sucede con todas las aplicaciones tecnológicas en genética, que desafían los valores o la ética contemporánea. Cada vez se hace más necesario ver el impacto social de la tecnología y si este es conveniente o simplemente si los mismos usuarios prefieren posponerlo o rechazarlo. No puede seguirse con una irreflexiva introducción de la tecnología, al igual que el consumo energético irreflexivo nos lleva a un mundo insostenible. Otra posibilidad son los espacios liberados. Ámbitos en los cuales determinadas tecnologías no pueden utilizarse. La evolución como especie nos aboca a retos como la autoextinción en los que no podemos caer. Al igual que hemos sido capaces de crear un desarmamento nuclear que acabó con la guerra fría y la Mutua Destrucción Asegurada (MAD), también podemos conseguir una desactivación tecnológica. Sin una conciencia y una ética tecnológicas, no se puede seguir evolucionando. Existen muchas ramificaciones y avances de la tecnología, que deben sopesarse desde el punto de la responsabilidad social y política, incluso en las empresas y organizaciones desde la misma responsabilidad social corporativa. Finalmente, los nuevos derechos digitales: al igual que el derecho al olvido, otros muchos habrán de ser reivindicados en el próximo futuro. Ante la ubiquidad de las redes, ante la posibilidad del panópticon de la NSA, el derecho a la anonimidad, derecho a la desconexión total, parcial o temporal, de la sociedad digital se impone. Necesitamos una Declaración de los Derechos Digitales como parte de los Derechos Fundamentales. Y ya se está trabajando en ello. Por ejemplo, la Internet Rights and Principles Coalition tienen una declaración de 10 artículos (ver 10 Internet Rights and Principles) muy bien hecha, que deberían suscribir los gobiernos, pero que hoy en día es insuficiente. Muchas organizaciones están estudiando y debatiendo el tema desde hace años y desde múltiples puntos de vista: APC, EFT, UN, etc.
Los que nos faltan son los derechos, que podríamos llamar de la autodeterminación digital, aquellos que nos permitan decidir en que queremos serlo, como y cuando, como, por ejemplo, podría ser el derecho a la desconexión total, parcial o temporal de los sistemas digitales, tanto a nivel individual como colectivo. Se dice que en el siniestro TTIP (Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones), la información personal es tratada como una mercancía y en cambio, ha de tratarse como un derecho fundamental. No es tema fácil de desarrollar el de los derechos digitales (ver árbol de temas en Digital Rights Landscape), debido al entusiasmo digital o a la ceguera racional de sus problemas, que profesan empresas y gobiernos, pero el debate está servido y es más necesario que nunca.
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