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Nos pasamos más de la mitad de nuestro tiempo de vigilia mirando pantallas: móvil, TV, PC, Tablet, pantallas LED públicas, etc. No se si el ser humano está preparado para esto, pero en todo caso hay que establecer unos umbrales de normalidad, para poder tener una vida digital sana.
Foto propia
Uno de los límites de la digitalización, es el límite físico, la energía disponible para la utilización de todo el ecosistema digital (ver El cénit digital y la digitalización sostenible). El otro es el límite ético, los derechos digitales a la desconexión, al olvido, etc. (ver Por una ética digital).  Si la ética es el proceder por el camino del bien, lo opuesto de la ética es el mal y el daño. Y estos, se producen por el delito y por la enfermedad. Afectan a la esfera individual donde se fundamentan los derechos (ver Digitalizar y castigar: los derechos digitales).

La enfermedad de la digitalización es su abuso. Por ejemplo, el abuso de la utilización del móvil para conectarse a las redes sociales, suele ser una de las formas que afectan a los jóvenes de hoy en día, hasta el punto de sufrir una importante despersonalización y un desenfoque en sus tareas diarias más elementales. Cuando el uso de las tecnologías reduce drásticamente y de manera continua, el tiempo dedicado a tareas fisiológicas como comer o dormir, o autorrealizativas como estudiar o trabajar (ver La inversión de la pirámide de Maslow y la digitalización de las necesidades), o incluso a las de atender a las personas del entorno, como amigos o familiares, estamos ante un posible abuso inconsciente. Una dependencia digital patológica. La despreocupación de uno mismo y del entorno, cuando la provocan las nuevas tecnologías, es un síntoma de abuso y dependencia por encima de lo útil y de por tanto, de lo que puede definirse como normal. El universo digital en vez de convertirse en una herramienta, se convierte en una esclavitud. La digitalización es enriquecedora, pero sólo dentro de unos límites. Los abusos digitales en personas adultas, son más difíciles de reconocer y tratar, pero en cualquier caso, son causa de conflictos para las personas que lo sufren y su entorno. Cuando se detecta una dependencia digital debe procederse a una desintoxicación.

Desintoxicación digital se refiere a un período de tiempo durante el cual una persona se abstiene de utilizar dispositivos de conexión electrónicos, como smartphones y ordenadores, para reeducarse en hábitos, que conlleven un balance entre la vida analógica y la digital. Este tipo de desintoxicación reduce la ansiedad y permite un incremento de la inteligencia emocional. Existen muchos centros dedicados a este tipo de desintoxicaciones, especialmente orientados a adolescentes, que son la población de riesgo. Como hemos dicho, para los adultos, las patologías digitales suelen ser más toleradas y menos curables. Más allá del abuso considerado destructivo, existe un abuso moderado, que dificulta la vida diaria pero no la destruye, como ocurre con otras adicciones. Existen test para poder comprobar por uno mismo, si uno puede estar enganchado a los diversos dispositivos sin ser consciente. En ese caso es posible una auto re-educación, de lo contrario hay que buscar ayuda. También existen empresas, que proponen una desintoxicación digital como una abstinencia digital lúdica. Es el caso de Digitaldetox, que propone unos campus, como si se tratara de ir un Spa, pero eso es para personas sanas. Sin embargo, no podemos contemplar como patologías digitales, las enfermedades físicas por efectos de una excesiva exposición a las potentes ondas electromagnéticas de telefonía móvil o wifi, ya que sólo tienen que ver con antenas.

La delincuencia de la digitalización es el sobrepasar los límites legales definidos para las actividades en el universo digital. Las enormes dificultades desde 1995 para legislar sobre la problemática inducida por Internet y las tecnologías digitales, se han ido resolviendo con lentitud, pero existe un punto irreductible, insoluble, ya que una red descentralizada sólo se puede gobernar con un autogobierno, no con un gobierno centralizado. Los gobiernos actuales tienden a centralizar y convertir Internet en local y a suprimir la neutralidad de la red. La gran mayoría de delitos digitales son idénticos a los del mundo analógico, pero en  al ámbito del universo digital: contra la propiedad intelectual, el abuso digital (o bulling o abuso sexual por medio de dispositivos digitales), fraude, robo, destrucción de datos, contenidos (pornografía infantil), etc. Normalmente son delitos cuyo objetivo o medio son dispositivos digitales. Algo más complejo de catalogar es el hacking y sus derivadas. Wozniak, co-fundador de Apple, fue un hacker, pero en aquellos tiempos, se refería a ingenieros, muchas veces autodidactas, capaces de montar aparatos digitales y ordenadores, mediante el bricolaje de circuitos electrónicos. Incluso hacker se ha utilizado para denominar a programadores de código libre. En esa época auroral, el hacker y su ética, eran la de compartir los conocimientos, de retarse y competir sanamente a ver quien conseguía hacer el mejor prodigio. Con el tiempo, entraron los sistemistas expertos en redes, con la diversión de entrar en sistemas cada vez más seguros y sofisticados. Algo así como hoy en día hacen los apasionados del Base Jump. Pero poco a poco, hemos ido distinguiendo entre el llamado black hat y el white hat, entre las prácticas dañinas y las benignas. Incluso recientemente se ha convertido en una manera de ser activista social y político en la red, los hacktivistas. Todas las policías de mundo tienen sus departamentos contra los delitos digitales, telemáticos, informáticos, como el Centro de Interpol contra la delincuencia digital. También los ejércitos tienen sus secciones de ciberguerra. 

Recientemente hemos asistido a una interesante confrontación digital entre EEUU Corea del Norte por culpa de una película llamada The Interview, con ciberataques cruzados. Aunque todo esto ha sido bastante innocuo, es la primera confrontación internacional no secreta, que tiene lugar. Y no será la última.

La definición racional de los límites negativos de la ética, los delitos y las enfermedades digitales, es el camino imprescindible para una digitalización sostenible. Un paso más allá de sus inicios salvajes.


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